De esta carcasa que me da cobijo, me pareció una calle repleta de puertas que no terminaba nunca iluminada por un reguero de lunas colgadas del techo, y dejé a mi paso aquella escalera que nunca subí haciendo honor a la prudencia, aún sabiendo de memoria cada peldaño y su destino.
Las mismas ventanas con vistas al país de la alegría; las viejas fotos salpicando las paredes, y justo al final, empujando aquella pesada puerta, el resto de mi pude verlo dando un giro de cabeza: un amplio salón donde caben todos, una habitación de invitados siempre a punto por si alguien pudiera necesitarla, unas notas de piano esparcidas por el suelo, y aquella maravillosa hamaca enamorada del mar...
(Continuará...)