Te quise con el amor que tenía porque no tenía nada más para quererte: lo puesto, el horizonte de mochila y mi memoria en tus hombros era todo cuanto pude darte, pero para ti, que sólo comprendes un verbo no fue suficiente.
Imagino que tú y yo teníamos los días contados, como se cuentan los rebaños y las horas del día, y de nada sirvió lavarte los ojos y la conciencia, e intentar darte abrigo y mesa, cuando de sobra sé que de nada sirve derramar la comida en la mesa de un muerto.
Nada que ver tu mundo en ruinas y el mío, tal vez revuelto pero limpio, en el que no cabía tu nido de víboras, tus botas sucias y tu alma de piedra.
Sin embargo se quedó poco tiempo tu promesa en mi puerta, lo justo
para darme cuenta de que ahí, en la puerta, nunca deben quedarse las
promesas.
Es por todo esto que me duele
el tiempo que le resté a Noviembre, que te di sin intereses y sin pedir nada a cambio, como duele una herida abierta que no cura el olvido.
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